EL PUNTO CIEGO DE LA ENUNCIACIÓN /o la violencia de los pelotudos


Con el concepto de punto ciego de la enunciación quiero expresar el ocultamiento de las condiciones materiales, históricas, sociales, afectivas y políticas desde las cuales se produce un discurso —ya sea estético, intelectual o sociopolítico—. Este punto ciego actúa como mecanismo de invisibilización de las relaciones de poder que atraviesan dicho discurso, encubriendo estructuras de dominación, exclusión y sometimiento que condicionan tanto su posibilidad de enunciación como su circulación y legitimación. El punto ciego no es un mero olvido o descuido: opera como una forma de neutralización ideológica que permite al discurso presentarse como universal, objetivo o desinteresado, cuando en realidad está enraizado en una posición situada, frecuentemente de privilegio.

 Este punto ciego se hace problema cuando los discursos producidos sostienen causas nobles, luchas necesarias, posiciones éticas correctas, pero esconden e invisibilizan condiciones de enunciación que neutralizan su contenido significativo.

Estos discursos pueden operar como formas de neutralización simbólica precisamente porque omiten —y a veces blindan— el análisis de las condiciones desde las cuales están siendo enunciados. Es decir, la fuerza crítica o transformadora de esos discursos se ve debilitada porque el contenido está separado —o blindado— de la forma de existencia que lo elabora. No se trata de que lo que dicen esté “mal”, sino de que lo que no dicen vacía total o parcialmente lo que dicen.

 Cuando intento explicar esta idea suelo utilizar el ejemplo de pensadores supuestamente emancipadores como Deleuze: ¿Qué pasa cuando, frente a su vastísima obra filosófica, y antes de permitir que su pensamiento module el nuestro, nos preguntamos cosas como: ¿quién le hacía la comida? ¿quién cuidaba a sus hijos mientras él alimentaba su impresionante erudición y escribía tanto, tanto, tanto? 

 Sin embargo acá quisiera considerar tres casos más cercanos, personas cuyas operaciones conozco de primera mano, justamente porque de esta manera tengo un acceso certero a la disociación existente entre su producción discursiva y sus condiciones de enunciación. Además, sin ser tan conocidas como Deleuze (u otros), operan con eficacia y prestigio en campos de acción que comparto o podría compartir. Es decir, no están en un campo enemigo, sino lo contrario, y este es el nudo del problema. Dicho de una manera quizá anticuada: hablan como  izquierda y viven como derecha.

 Se podrá notar que la capacidad de daño en los tres ejemplos es dispar. Va desde lo aparentemente inocuo hasta lo obsceno. Pero en todos los casos se evidencian modos de ocultamiento de formas de existencia que desmienten las formas discursivas. Queda en quien lee considerar si en cada situación se trata de ingenuidad, caretaje o maldad. Todos los casos corresponden a lo que usualmente llamaríamos un pelotudo. 


  1. El sensible del grupo


Un joven de clase media-alta hace canciones con un contenido éticamente correcto, con ribetes espirituales. Su público inmediato son otros jóvenes de su misma clase social que lo consideran un referente intelectual, espiritual, estético. Un buen muchacho con buenos sentimientos. Lee los libros correctos. Escucha la música correcta. ¿a quién podría dañar? Escribe letras directas vehiculizadas por un look, un canto y un acompañamiento aparentemente descuidados, desprolijos, como el de alguien que se anima a cantar sus cosas sin dominar del todo los códigos musicales, como el de alguien que se arregla con lo que tiene. Desarrolla una imaginería que parasita la sensibilidad de rotos como Luca Prodan y el sobrevalorado Gustavo Pena. Esto le da un aspecto de marginalidad, de rebeldía frente al código sonoro hegemónico. Se trata de un simulacro de falta de destreza que da la impresión de una urgencia expresiva, como si quisiera denotar que la materialidad del discurso sonoro es irrelevante, y lo fundamental está en lo que se dice. Se dice lo que se tiene que decir, lo que hace falta saber, una guía para una vida ética, sana, buena, justa. 

 Pero es una sabiduría puramente estética: Se arregla con lo que tiene pero no explicita que tiene acceso a todo. Sus canciones parecen hechas así nomás, en un apuro, una urgencia expresiva, pero tiene todo el tiempo del mundo. Emite un discurso inspirador sostenido en la contemplación de bellas ideas desde una existencia sin peligro, vinculada a colegios elitistas con pedagogías buenistas, en espacios amplios que dejan expandirse a un cuerpo que no ha tenido que sobreponerse al envilecimiento producido por la violencia recibida: el sustento material garantizado; presencia afectiva; un hogar seguro y vida en la naturaleza;  fiestas juveniles en amplios jardines con pileta y buena comida; movilidad irrestricta; crecimiento sin daño; disfrute de pocos de lo que merecen todos, y que hace de su sabiduría una abstracción que complace, que hace sentir que se es sensible, que se tiene la capacidad de mejorar el mundo. Baja línea contra la violencia sin advertir sobre la violencia de sus privilegios de clase. Un dualismo dispuesto a darlo todo en el espíritu porque total la materia queda intacta, y siempre del mismo lado.


  1. La profeta de la escucha 


 La señora es una terapeuta que acumuló prestigio y experiencia. Para cimentar lo primero vuelca lo segundo en un libro que reúne textos en los que abundan términos como empatía y escucha. Se busca la sensibilización del pensamiento para expresar su inclinación a reparar el dolor psíquico y corporal. El libro entrelaza la alta poesía con el buen gusto musical y las filosofías  francesa y alemana reglamentarias. Desde el punto de vista ético, terapéutico, humano el libro es irreprochable; además está escrito con rigor y belleza. En la primera página se lee una dedicatoria a quienes acompañaron y sostuvieron su labor y su vida: su esposo, sus hijos. 

 La señora habita un micromundo de progresistas cultos y bienintencionados que cada tanto se reúnen en amplios caserones a beber, fumar porro, contar sus viajes, recomendarse libros, felicitarse por ser tan espléndidos y criticar despiadadamente a quienes van abandonando la reunión. Cuando la juntada es en el amplio caserón de la señora, los invitados encuentran al llegar orden, limpieza, comida deliciosa. Lo que no encuentran es a la empleada cama adentro, una joven migrante que pasa la fiesta confinada en la habitación diminuta que le está destinada, mirando la televisión diminuta que dispusieron para ella con mucha generosidad. Antes de confinarse estuvo toda la tarde dedicada al orden y la limpieza del caserón, y a la preparación de comida deliciosa para los invitados de la señora. 

 En el proceso de aprender a preparar la comida exactamente al gusto de los habitantes del caserón, la joven migrante recibió frecuentes gritos y amonestaciones. Servir frío  el café con leche al señor del caserón puede devenir en una mañana de hostilidades. Cada noche, después de servir la cena en el comedor o en el jardín lleno de árboles, come sola en la mesada de la cocina. Cuando se harte de las mañas de la prestigiosa y experimentada terapeuta renunciará, y otra joven migrante recibirá instrucciones precisas sobre cómo preparar la comida, y a qué temperatura servir el café con leche al señor. 

 La señora, por motivos misteriosos, omitió incluir en la dedicatoria de su hermoso libro sobre la empatía y la escucha a las sucesivas jóvenes migrantes  que,  en una situación de casi reducción a la servidumbre, han posibilitado que escribiera su libro, que desarrollara su prestigiosa y experimentada carrera. 


  1. El patrón pedagogo


 El joven dueño de una pequeña empresa toma la palabra y explica que va a contar cómo fue que nació el curso sobre empresas sociales que se está dictando. Cuenta que un fin de año se enfrentaba a la preparación de las cajas navideñas que su empresa, como tantas, reparte cada fin de año entre sus empleados. Pero una inquietud le daba vueltas en el espíritu: él quería transmitir un mensaje. No simplemente repartir sidra y pan dulce, sino dar una lección, un modo de hacer las cosas, una dirección diferente, algo que hiciera un aporte sustantivo al mundo. Así fue que se le ocurrió una caja sustentable, con productos orgánicos provenientes de diferentes proyectos. Se entusiasmó con la idea de generar un cambio real. Y de dar a sus empleados la visión de otro mundo posible. 

 El joven empresario está conmovido por su propio relato. entusiasmado y con ganas de contagiar su entusiasmo. Siente que descubrió cómo ser útil, cómo hacer las cosas de otra manera. Tiñe el comienzo del curso de cierta épica emprendedora. Está orgulloso de darle a sus empleados algo más que consumo. La caja autosustentable incluye una bolsita de tierra fértil y semillas, y tras ser vaciada puede volverse cantero, de modo que los empleados no precisan una porción de los campos familiares del empresario para sembrar un mundo mejor. Tampoco reciben acciones de la empresa. Ni siquiera un acortamiento en la brecha entre su salario y la ganancia del empresario, que además de un montón de plata ahora gana también prestigio y felicitaciones de sus pares. Un ejemplo a seguir.

 Evidentemente, promueve valores de “conciencia ambiental”, “cuidado del otro”, “coherencia”, pero sin tocar las estructuras de decisión ni de propiedad. Transmite un mensaje “transformador” sin transformar nada, excepto la imagen de sí mismo. Se ofrece al empleado un discurso simbólico como compensación de una realidad material que no se modifica. La caja sustentable y los valores que la acompañan reemplazan el salario justo o la redistribución del poder. Ni siquiera participan de los beneficios del prestigio social que acumula el empresario, pues son depositarios y no actores de su bondad. Son aleccionados: el empresario dice textualmente que buscó darles productos de buena calidad para que no tomen gaseosas en las fiestas. Reemplaza el veneno del consumismo por el veneno de su pelotudez, la violencia de su naturalización de las jerarquías sociales.


 Con sus notorias diferencias, en todos los casos el discurso ha sido vaciado de su conflicto. El punto ciego se manifiesta como una forma de autoindulto espiritual que suscita admiración y aprobación de los iguales pero deja intacto el campo donde se simula intervenir. 

 En todos los casos se trata de personas socialmente validadas, escuchadas y consideradas éticamente valiosas. La imposibilidad de estar en desacuerdo con lo que dicen o hacen fortalece el efecto de neutralización. El contenido ético o espiritual correcto oculta que es posible solo porque hay un aparato de exclusión que les permite decirlo en esas condiciones. Lo que no se nombra (el privilegio, el servicio no remunerado, la propiedad, la desigualdad de escucha) es lo que da base al discurso.
Cuando alguien encarna el punto ciego con gracia, con éxito, con buena prensa y sin contradicción aparente, eso que llamamos coloquialmente “un pelotudo” no es un simple insulto, sino una categoría ética y política. Un pelotudo no es alguien tonto: es alguien que dice lo correcto, pero o no se entera, o esconde, o se evade de que su decir es una máscara que le impide transformarse ni transformar. Es un espejo pulido que no refleja nada. La sabiduría desencarnada es el capital simbólico de las élites sensibles, un modo de producir discursos que oculta su origen: el privilegio no nombrado, la explotación naturalizada, la asimetría simbólica.

 El pelotudo no es el que no sabe, sino el que cree haber comprendido sin haber puesto nada en juego. El pelotudo, como figura social, estética, espiritual y ética, representa el triunfo de la buena conciencia sin conciencia. Es la figura triunfal del punto ciego. Y contra él, la crítica no es -solamente- enojo o resentimiento: es necesidad de recuperar el sentido de la verdad vivida. El problema con los pelotudos no es solo que digan cosas vacías, sino que hablan desde “nuestro lado”. Son quienes, en apariencia, sostienen las mismas banderas: justicia, espiritualidad, salud mental, inclusión, sostenibilidad, derechos. Pero su forma de enunciar esas causas las neutraliza, las estetiza, las vacía de conflicto, y, sobre todo, las vuelve inocuas.

 Así como los pelotudos suelen acudir a lugares de marginalidad, carencia, etc., a llevar su bello mensaje, quizás habría que ir a las escuelas de clases altas para enseñar a reconocer sus privilegios y explicitarlos, analizar cómo transformarlos y dejar de ser un pelotudo. Y si no, que se callen. Porque el problema es que esta gente está de “nuestro lado”.  No son el enemigo desde su enunciación, pero debilitan las luchas desde su lugar de enunciación, el punto ciego. Decirles "pelotudos" no es (solamente) una descarga emocional: es una categoría crítica para señalar una máscara conformada por una combinación de buena conciencia, ignorancia de clase, estetización de la ética, apropiación simbólica, y blindaje frente al malestar estructural. Son el punto de encaje de lo establecido, disfrazado de disidencia.

 Aunque en este escrito, por motivos de claridad expositiva, el foco está puesto en las figuras que enuncian el discurso, el verdadero daño se encuentra en el centro entre las figuras de enunciación y sus audiencias. El patrón pedagogo forma parte de un sistema cerrado de relaciones, vidas enteras a salvo de las intemperies de la existencia, que encontraron la forma de embadurnar sus valores de clase con una épica salvífica. Los asistentes a la fiesta de la profeta de la escucha saben que todo su disfrute y esplendor se sostiene sobre la violencia soportada por una vida subalterna, pero alimentan el hechizo porque su propio prestigio está ligado al de la anfitriona, en una dinámica de mutua validación y exculpación. Los jóvenes de clase alta y media alta que escuchan y admiran al sensible del grupo pueden, adhiriendo a su mensaje, organizar su vida anímica en torno a un bien abstracto, individual, que deja sin cuestionar sus condiciones materiales de existencia, y pone sus cuerpos a resguardo de ser verdaderamente atravesados por aquello que hace al bien real tan necesario: el abismo de los seres sufrientes, las heridas del mundo.

                                                                                                                       Piedra

                                                                                                                                   invierno de 2025


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